27 junio, 2009

Jugar a que hay luz


La advertencia de hacer la tarea antes de que "se vaya la luz" se volvió cosa de todos los días cuando era niña, tanto así que ya no se podía usar esa excusa en el colegio por no haberla hecho. Los apagones causados por las constantes bombas que volaban las torres eléctricas durante la década de los 80 en Lima eran algo con lo que se aprendió a vivir y se esperaban como un hecho seguro cada noche. Mis recuerdos de aquellas noches están ligados, siempre, a las velas; a aprender a moldear la cera derretida, a jugar con mi hermana a "no quemarnos" con ella (o deliberadamene hacerlo); o a mi fallido intento por inventar la "vela curva" (una vela que derretí hasta que formara una 'L', justamente para evitar que la cera me cayera en las manos...). Pero no hay actividad en las noches de apagón que haya disfrutado más que pintar con crayolas derretidas por las velas. Aprendí a no tenerle miedo a la oscuridad con esos juegos que mi mamá me presentó cuando era chica, pero siempre me asusté del sonido de las bombas que la anticipaba.

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